¿Cuántas veces me he pasado
horas y horas contemplando
el suave romper de las olas
que vienen del profundo mar?
¡Ni siquiera lo recuerdo!
Pero muchas, muchas sí que han sido.
Cuando medio adormecido
respiraba los eflujos picantes
de sodio, salobre y algas
que dejaban en la orilla
cuando llegaban a la playa
cansadas de su largo peregrinar.
Al llegar se deslizaban
formando pequeñas olas
y volvían a empezar,
alejandose de nuevo
con murmullos de caracolas,
sin ruidos, sin estridencias
que pudieran molestar.
¡Y yo medio convencido
de que los dulces sonidos
que embotaban mis sentidos
y me invitaban a soñar
eran cantos de sirena
que producían las olas
en su contínuo chocar!
Llegué a obsesionarme
y ver hermosas sirenas
montadas sobre los lomos
de caballitos de mar.
¡Era todo tan bonito!
Me sentía tan a gusto,
más que a gusto, relajado
por poderlo contemplar.
Recogiendome en mi mismo
dejé volar mi imaginación
llegando a la conclusión
de que estas pequeñas cosas
no hay que dejarlas pasar.
¡Hay que vivirlas, disfrutarlas!
Porque en nuestra corta o larga vida
son las que recordaremos
y las que nos llenen de paz.
Y con estos pensamientos
me arrebujé en mi toalla,
cerré mis cansados ojos,
y me dispuse a soñar.
Xilxes, julio 2007
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