Muchas noches paseaba
por un secundario camino
que rodea un cementerio
y se adentra entre los pinos.
Nunca tuve el temor
de pasar por el campo santo.
Al contrario, me gustaba
por el inmenso silencio
que este lugar emanaba.
Pero, una noche de tantas
oí un grito gutural.
Se me erizaron los pelos
y empecé a sentirme mal.
¿Fué un grito, un lamento
o algo muy similar?
Me lancé al duro suelo
para poder atisbar
sin que esa cosa me viera
y me pudiera atacar.
Ví una figura grotesca,
a la que no distinguí bien,
pues las sombras de la noche
me impedían vislumbrar
si era simio, fantasma,
un espectro, un animal...
Sólo sé que al ver su forma
mi cuerpo empezó a sudar,
ese sudor que da el miedo
cuando te sientes en peligro
y nadie te va a ayudar.
Saltaba como un poseso
con movimientos grotescos,.
como buscando un pretexto
para descargar su furor.
Al mismo tiempo emitía
un quejido lastimero,
como de animal herido.
Lo contemplé un buen rato,
con miedo, con amargura,
porque a fuerza de fijarme
en esta noche tan oscura
acostumbré a mis ojos
a distinguir su figura,
y me dí cuenta de pronto
que era una criatura.
Se me hizo la noche eterna,
me ahogaba con tanto miedo,
pensaba sin raciocinio,
con la mente abotargada.
No me atrevía a moverme,
ni siquiera moví un dedo.
Al día siguiente leí
en un periódico local
que se había fugado un preso
enfermo de un hospital,
con una tara elevada
de enajenación mental.
Cuando leí la noticia
por fin respiré tranquilo.
Pensando que eran fantasmas,
almas en pena, espectros...
por los gritos desgarrados
e infrahumanos que emitía
pasé una horrible noche,
sin pensar que era humano.
¡No tengo perdón de Dios,
y ahora me maldigo!
Por no poder distinguir
una pobre mente enferma
me pasé toda la noche
echado en un barrizal.
¡Ojalá que no termine
como el pobre del hospital!.
Vlc.3/3/07