Saltaban cobrizas chispas, de su crin al galopar.
Tenía una hermosa estampa, como nunca ví otra igual.
El ténue sol de la tarde reflejaba su silueta en el remanso del río,
cuando sus patas traseras apoyandose en el suelo,
mientras con las delanteras coceaba hacia el Cielo.
¡Qué fuerza, qué poderío!
Ese cuerpo negro, negro, como una noche sin cielo.
Ese cuerpo sudoroso, musculoso, vigoroso...
y a pesar de todo, hermoso.
Parecía un ser salido de la mitología griega, en el cual todos los dioses
hubiesen rivalizado en colmarle de belleza.
Parecía sobrenatural, esa bestia tan hermosa, con todos los atributos
que le dió la madre Naturaleza...
Pero un mal viento sopló un día, y barrió todos mis sueños,
mi ilusión, mi alegría, viendo como mi caballo entre convulsiones moría,
de una mala enfermedad, que terminó con su vida.
Me arrebujé junto a su cuerpo. No creía lo que veía.
¡Un ser tan fuerte y hermoso!
Fue una pena tan grande, un sentimiento tan fuerte,
que abrazandome a su cuello, allí tirado en el suelo,
esperé la fría muerte...
Que no tardó en venir del Cielo.
Valencia, octubre 2007