Hay un pueblo de pastores, mas que un pueblo es una aldea, en la comunidad de Aragón, cerca de donde la leyenda de los amantes nació. Cerca de Teruel, como no, Bronchales. El pueblo es uno de tantos, anclado entre los pinos de los Montes Universales. Tiene parajes preciosos, numerosos manantiales, la fuente del Hierro, el Ojuelo, la Teja, los Forestales, y un etcétera interminable.
Allí estuve muchas veces, y siempre me sentí a gusto. Tanto que al terminar la estancia, dejaba aquello a disgusto. Daba grandes paseos, el entorno me maravillaba. De todos los manantiales tenía que beber agua. Observaba aquellos pinos, altos, esbeltos, preciosos; también ví algunas ardillas, y algún ciervo camuflado entre la densa maleza que crecía por todos los lados.
La gente del pueblo era gente sencilla y amable, gente sana, sin perjuicios, era una gente admirable. Me enamoré de ese pueblo, se me metió en la sangre... Esa gente tan sencilla, ese aire puro y sano, con sabor a pino verde que soplaba por todas partes; el canto de algunas aves, que no llegó a preocuparme si eran chicas o eran grandes.
A la sombra de los pinos, me sentaba yo a leer, y así pasaban las horas, sin ver un rayo de sol de tan tupido que era el bosque, y tan altísimos los pinos que no dejaban pasar la luz del astro rey entre ellos, ni siquiera en los caminos.
Entre tanta Naturaleza sentía un bienestar, una sensación tan tierna, que terminaba adormecido y retozando entre la hierba.
Por desgracia hoy ni el entorno ni el pueblo son así, pero aún quedan rincones donde se puede ir.
Xilxes, 11 de julio 2007