18 oct 2007

PARA MI QUERIDA HERMANA ELENA

Quiero hacer una mención especial para mi hermana Elena, que por el solo hecho de haber nacido mujer fue la más perjudicada, pues tuvo que ayudar a mi madre en todas las tareas de la casa, como lavar, planchar, coser... en fin, las tareas propias de un hogar, donde solo habían dos mujeres para atender a seis hombres, teniendo en cuenta que no habían lavadoras ni los adelantos de ahora. ¡Hasta la plancha era de carbón!. En fin, que la criatura no tenía tiempo libre. Y a mí me gustaba ir bien planchado y arreglado y muchas veces le llamaba la atención: "Esta camisa no está bien planchada" "¡A este pantalón no se le nota la raya!", en fin, un pejiguero malasombra. Como si la criatura tuviera la obligación de hacer lo que hacía. Y además, si alguna vez estaba presente mi pobre madre, procuraba mediar.
¡Cuantas veces han pasado estas desgraciadas escenas por mi mente, y cuantas veces me he arrepentido de haber sido un ser tan mezquino, despreciable, engreído y caprichoso!
Después de casarme me dí cuenta del sacrificio que habían hecho por nosotros mi madre y mi hermana; ¡y encima voy yo y las amargo con mis estupideces y mis aires de grandeza!. Y la grandeza la tuvieron mi madre y mi hermana, por soportarme a mí.
Como esto ya no tiene remedio, les pido perdón de todo corazón, y donde quiera Dios que se encuentren, quiero que sepan que me remorderá la conciencia hasta el resto de mis días.

ANTE NADIE ME ARRODILLO

No tengo que compartir mis creencias con nadie, ni mi manera de ser, de pensar, de sentir... No tengo que rendir cuentas en este mundo de envidias, celos, codicias; no tengo que inclinarme ante seres corrompidos, soberbios y arrogantes que se creen superiores por capricho del destino.
Paró el mundo de dar vueltas. Los que quedaron arriba se quedaron los muy tunos con todos los atributos de los bienes terrenales. Los que quedamos abajo tuvimos que conformarnos con servilismo y trabajo. Nos robaron la decencia, obligandonos a aceptar las leyes que promulgaron. A los que no obedecían, los represaliaban, y a los más fogosos los encerraban de por vida. Era un sufrimiento constante, y todo porque el mundo dejó de girar un instante sobre su eje. ¡Bien que lo aprovecharon, los malditos mequetrefes!
¿Por qué tengo que inclinarme ante un ser como yo?¿Por qué obedecer lo que me pueda mandar? ¿Y por qué tengo que creer lo que me quiera decir? ¡Si tengo lo mismo que él: dos brazos, dos piernas, dos ojos y así todo lo demás que pueda tener él. Es más, tengo algo que no pueden tener ellos. Tengo sentimientos, una mente sana llena de nobles deseos, y esas cosas ellos no las tendrán jamás. Por lo tanto no tengo que inclinarme ante alguien que con saña persigue obligarte a claudicar. ¿Que su mente es superior? Puede, para la maldad, para robar tus derechos y obligarte a claudicar. Nunca para buenos fines, siempre para la maldad, como el esclavizarte y robarte la libertad. ¿Y con esas intenciones se llaman seres humanos?
¡Y eso, eso no tiene nombre! Pues tan grande es el pecado que aunque vivieran mil años, esos malnacidos seres no expiarían sus culpas por muy duros castigos que se les impusieran.
¿Ante gente como esta me tengo que arrodillar? ¡Jamás! Nacemos libres todos, unos pobres, otros ricos, con los mismos atributos, y esa es la gran verdad. Pero el mal viene de muchos años atrás; y por mucho que nos pese no lo vamos a arreglar. Así que tengamos paciencia, dejemos al mundo rodar por si en una de esas vueltas puede la cosa cambiar. Eso sí, ni por mente más despierta ni por cuna de ricos encajes, ni por tener sangre azul doblaré yo la rodilla, ni existe nada en este mundo que me la haga doblar, por alto cargo que ostente el que me quiera obligar.
Sólo ante Dios y la Muerte me tengo que arrodillar. Ante los demás seres humanos, con mentes limpias y sanas, que consigan grandes cosas en bien de la humanidad, no doblaré la rodilla, pero por su talento y bondad tendrán en mi corazón mi mas digna admiración.

Vlc. 6/3/07