Quiero hacer una mención especial para mi hermana Elena, que por el solo hecho de haber nacido mujer fue la más perjudicada, pues tuvo que ayudar a mi madre en todas las tareas de la casa, como lavar, planchar, coser... en fin, las tareas propias de un hogar, donde solo habían dos mujeres para atender a seis hombres, teniendo en cuenta que no habían lavadoras ni los adelantos de ahora. ¡Hasta la plancha era de carbón!. En fin, que la criatura no tenía tiempo libre. Y a mí me gustaba ir bien planchado y arreglado y muchas veces le llamaba la atención: "Esta camisa no está bien planchada" "¡A este pantalón no se le nota la raya!", en fin, un pejiguero malasombra. Como si la criatura tuviera la obligación de hacer lo que hacía. Y además, si alguna vez estaba presente mi pobre madre, procuraba mediar.
¡Cuantas veces han pasado estas desgraciadas escenas por mi mente, y cuantas veces me he arrepentido de haber sido un ser tan mezquino, despreciable, engreído y caprichoso!
Después de casarme me dí cuenta del sacrificio que habían hecho por nosotros mi madre y mi hermana; ¡y encima voy yo y las amargo con mis estupideces y mis aires de grandeza!. Y la grandeza la tuvieron mi madre y mi hermana, por soportarme a mí.
Como esto ya no tiene remedio, les pido perdón de todo corazón, y donde quiera Dios que se encuentren, quiero que sepan que me remorderá la conciencia hasta el resto de mis días.
18 oct 2007
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