¡Como me duelen los ojos!
Qué escozor que siento en ellos
tanto tiempo hanegados
con lágrimas de dolor,
por no ser correspondido
con los mismos sentimientos
que siempre tuve contigo.
Quisiera encontrar el filtro
que acercara tus sentidos
hasta los que siento yo.
Yo que siempre salí airoso
en mis lances amorosos,
siempre nobles, por supuesto,
sin faltar a la honradez,
verme ahora marginado
como algo que se ha usado
y no sirve para otra vez;
verme ahora vencido,
de tu estima descendido,
por declararte mi amor
y no ser correspondido.
¡No debí de flaquear!
Ni abrirte mis pensamientos,
más sabiendo que tu mente
vagaba en otro universo.
¡Que bien que te aprovechaste!
Al confesar mi flaqueza
te diste ladina prisa
en atacar mi torpeza,
y clavar entre mis carnes
tus duras garras de halcón.
Dejaste mi cuerpo herido,
lleno de heridas sangrantes,
por desgracia sin remedio
de poder regenerarse.
¡Ya no vivo para amarte!
Ni siento odio hacia tí.
Solo siento una gran pena
de que terminara así.
Tú te burlaste de mí,
te ensañaste con malicia...
¿No te paraste a pensar
que no fuí yo quién te hizo así?
Que fue aquel ser malnacido
que cargado de experiencia
deshojó tu dulce inocencia;
cogió de tí lo que quiso,
sin mediar ningún permiso,
y después, te abandonó.
¡Y eso que te lo advirtieron!
Te volviste irascible,
se te alteró la razón,
gruesas capas de rencores
cubrieron tu corazón.
Llegaste a aborrecer
a los que bien te querían,
como si fueran culpables
de lo que aquel mal ser te robó.
¿Y por culpa de esas cosas
tengo que pagarlo yo?
¡Mírame, recapacita!
Sabes que siempre te amé.
Yo amé a una niña dulce y buena,
con una mente serena,
que por culpa del destino
se ha convertido en halcón,
y a pesar de que aún la quiero,
sollozando amargamente,
tengo que alejarme de ella,
o será mi perdición.
26/11/07
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