19 nov 2007

YO VIVÍ UNA GUERRA

Yo nací en el treinta y dos,
así que tenía siete años
cuando la guerra terminó,
que no sé ni quién ni por qué empezó.
Lo cierto es que guardo vivencias
y todas desagradables
de una maldita guerra
que a muchos nos marcó.
No teníamos sosiego:
detrás de un bombardeo, otro.
Cuando no, cañonazos,
también ametrallamientos...
Un día desde mi calle
presencié un combate aéreo.
Creo que fue la primera vez
que ví ganar a un mosquito(que era un avión rojo)
Se cargó a un bombardero
que escogió para caer
una gasolinera en Valencia.
Hubo una enorme explosión,
temblaron hasta las puertas.
Aquello era dantesco:
humos, llamas y desechos
se elevaban a una altura...
casi cubrían el cielo.
Por las noches, a las nueve,
nos visitaba "la pava" (que era un avión fascista)
ametrallando las calles,
ninguna noche faltaba.
Se dijo que era un conde
el tipo que lo llevaba.
Yo digo que un malnacido
que con ello disfrutaba,
volando a ras del suelo
una noche, otra y otra...
Ese ser despreciable y mezquino
rezumaba mala baba
y nos llenaba de angustia
siempre que se le antojaba.
Si no teníamos bastante
con el hambre y la miseria
tipos como el de "la pava"
nos amargaban la existencia.
Cuando empecé a ir al colegio
conocí a muchos críos,
unos como yo de pobres,
otros más afortunados,
todos con la misma cara
de amargados y asustados.
Había un chico muy alto,
con el pelo muy rizado,
le llamabamos el ruso (nunca supe por qué)
También había una niña
de familia muy pudiente
que se llamaba Isabel,
hermosa, dulce, cariñosa...
Aunque éramos dos críos,
yo me prendé de ella.
¡Que criatura tan linda!
No parecía real.
Blanca, blanca como la nieve,
era su piel natural.
Parecía de otro mundo,
todo menos terrenal.
Pues estas dos criaturas
murieron de tuberculosis,
¡y sin pasar privaciones!
Y yo, lo mismo que muchos,
con hambre de seis semanas,
aquí estamos respirando
y sin saber hasta cuando.
Acudíamos todos los días
a un lugar alambrado
donde había un destacamento
de militares armados
para mendigar las sobras
de su mísero rancho.
Algunos nos lo ponían
en nuestros míseros cacharros,
y muchas veces lo hacían
casi siempre sin probarlo.
Les dábamos tanta pena
los cuerpos tan desnutridos,
con el esqueleto al aire,
esos rostros demacrados,
esos ojos tan hundidos,
las caras desencajadas
por el miedo y la penuria
que la guerra nos marcaba.
Buscábamos en las acequias
algún animal muerto
que nos pudiera mitigar
los pinchazos que nos daba
el estómago al ayunar.
Robábamos a los caballos
las algarrobas del ronzal.
A las vacas del establo
el pienso solíamos quitar.
Caminaba cinco kilómetros todos los días
yendo a una trilladora
a buscar alguna espiga
de arroz entre la paja.
Así un montón de días
solías acumular un puñado
en varios días.
Luego tenías que picarlo
en un gran cuenco de madera
para desprender la cáscara
que cubría el grano.
Un trabajo de titanes.
Después de tanto tiempo y trabajo
no venías a sacar más de doscientos gramos.
A la huerta le robaba
también lo que podía,
¡ Y es que eran malos tiempos !
Iba a casa de los ricos
a mendigar un mendrugo.
Algunos se comportaban,
otros no te daban nada.
Te miraban con desprecio,
y te soltaban alguna frase
brusca y mal intencionada.
Corríamos detrás de los carros
que venían del puerto
con cargamentos de cocos
rancios para hacer jabón.
Los malditos carreteros
nos daban de latigazos,
pero como no éramos pocos
y lo hacíamos con razón...
El hambre nos desquiciaba,
atacábamos de nuevo,
y así volvíamos locos
a los pobres carreteros.
Recuerdo que algunas veces,
cuando mi pobre madre
conseguía una patata
y la íbamos a comer,
sonaban las sirenas
y nos teníamos que esconder.
Corríamos como conejo
debajo de las camas,
con el palito en la boca
para no reventar por dentro.
(El palito lo hizo mi padre,
y nos lo colgó del cuello.
Cuando sonaba la sirena
nos lo poníamos en la boca
para evitar cerrarla
y que reventáramos por dentro).
Maldigo aquellos tiempos
en que me tocó vivir
sin tener noción del tiempo
que quedaba por sufrir.
Quiero comentar que un día
que mi madre consiguió
dos patatas para la cena,
y las repartió entre mi hermano y yo.
Al ver que no se sentaban dije,
"¿Y ustedes que van a comer?"
"Nosotros ya cenamos."
Normal que no lo creí.
"¡ Pues si no cenan ustedes, yo tampoco !"
Recuerdo a mi pobre madre.
Me miró con tristeza
y me dijo estas palabras:
"¡ Hijo mío, la guerra
te ha hecho hombre
sin dejar que fueras niño !"
Y..rompió a llorar.
Eso no se me va a olvidar
aunque mil años viviera,
y mientras Dios me de vida,
a esta santa mujer
la tengo que venerar,
y le pido encarecidamente
que allá donde se encuentre,
que el daño que le causara
me lo pueda perdonar.
La postguerra no fue mejor,
pero no la voy a relatar,
pues con tantas cosas
no sabría cuándo terminar.


Valencia, 12 de marzo del 2007.

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