19 nov 2007

MI YEGUA

En la feria del caballo
que celebran en Pamplona
compré una yegua torda
con una estampa preciosa,
parecía una faraona.
Con un porte distinguido
con saltos tan comedidos,
al viento sus largas crines,
que me empezó a cautivar.
La entrené para carreras
y nunca me defraudó.
¡Corría con tanto ahínco!
casi todas las ganó.
Éramos seres distintos
solo por naturaleza
en el trato y el pensar,
creo que en comportamiento
hasta me llegó a ganar.
Éramos seres afines,
nos queríamos los dos,
se esforzaba en obedecerme
yo también en complacerla
en mimarla y en quererla.
Vivimos bastante tiempo
en una gran armonía
hombre-caballo, caballo-hombre
y así todos los días.
La llevaba a los hipódromos
y eso a ella le encantaba,
me relinchaba de alegría
si era ella quienn ganaba.
Yo me sentía orgulloso
porque ella todo lo daba.
Con los eventos del triunfo
mi mente se emborrachaba.
Cegado por los aplausos
no podía ni pensar
que con tantas exigencias
la yegua no aguantaría
y podría reventar.
¡Yo no podía parar!
Se me metió en la sangre
ese ego despreciable
que traen consigo los triunfos
y saberte importante
y no lo supe controlar.
La pobre me obedecía,
me miró con gran tristeza
y se puso a galopar.
¡Fue su último galope!
Por culpa de mi ceguera
embriagado por sus triunfos,
ya no podía pensar
cuando cayó al suelo
sin poderse levantar.
Me fuí corriendo a su lado
al verla en tan mal estado.
La abracé, y rompí a llorar.
¡Cuantas veces me maldije!
No servía de nada,
el animal me miraba
sin odio, sin resentimiento,
y en su último suspiro
supe que me perdonaba.
Fue tan grande mi vileza
que con mi arrepentimiento
de ser un ser despreciable
viviré lo que Dios quiera
con el peso de ese día
que forcé su última carrera.
Pido a Dios con devoción
que arranque pronto esta pena
que llevo en el corazón.
No puedo vivir con ella,
o perderé la razón.

Vlc. 8/3/2007

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