No es la vida que llevé, ni el mundo que yo soñé, cuando en mis primeros albores empezaba a devorar con la vista y los sentidos todo lo que para mí era una novedad. Todo me parecía hermoso, lleno de amor y de paz. ¡Qué feliz me sentía!
Debido a mi corta edad, viví sin preocupaciones, alegremente y lleno de felicidad. Todo llenaba mi vida de amor, nada veía mal. Todo ello fueron sueños de grandeza que soñaba tontamente, debido a mi corta edad.
Qué distinto que fué todo, bruscamente, al despertar. Me encontré un mundo hostil, que lastimó mi inocencia, arrastrando por los suelos todas mis dulces creencias. Me encontré como perdido en la vorágine del tiempo. Perdí mis sueños, mi Norte, y no los volví a encontrar.
Empecé a sentirme solo, abandonado, perdido... Sentí miedo a lo desconocido. Aprendí a maldecir. Abandoné mi pudor, acumulé mal instinto, aprendí a mentir mejor...
¡No era el mundo que soñé!
Ni el que yo deseaba. Era un mundo ruin y cruel, el que ahora yo observaba. Era el mundo real, en el que yo me encontraba, perdida mi candidez.
¡Dios! como deseaba volver a mi corta edad, y olvidarme de donde estaba, en este mundo bestial, que con fuerza detestaba. Fué tan brutal la decepción que en mí despertó este cambio, que sentí en mi corazón el frío acero de la punta de una espada.
Así terminaron los sueños de este que deseaba vivir en un mundo hermoso, y que el transcurrir de los tiempos, los sueños le arrebatara.
sep./07
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