¡Sopla el viento con gran fuerza!
Los cielos se vuelven grises.
¡Saltan chispas en las nubes!
que predicen la tormenta.
¡Afanaos, marineros!
y recojamos las velas,
que no se rompa el velamen
antes que venga la noche
y sea una noche negra.
La goleta navegaba
dando tumbos por las crestas
de las embravecidas olas.
Los marineros gritaban
reflejandose en sus rostros
el miedo que les causaba
la despiadada tormenta
que no respetaba nada.
Luchaban valientemente,
sabían lo que se jugaban...
Y la maldita tormenta
atacaba, acosaba...
No cedía ni un instante.
¡Los hombres desesperaban!
Agotados, medio rotos,
mirando al cielo rezaban.
¡El maderamen crujía,
las velas se desgarraban,
cundía el pánico a bordo!
La tormenta no cesaba.
Con el terror en los ojos
los marineros lloraban.
Esos rostros requemados
por el sol y la sal del mar
lloraban por la impotencia
de no poder evitar
lo que el mar les exigía,
que era su tributo final.
Con tanta desgracia junta
llegó lo que se esperaba:
de proa a popa la nave
con escalofriantes crujidos
perdía su maderamen
mientras los hombres saltaban.
Al amanecer siguiente,
ya la tormenta pasada,
con un sol esplendoroso,
con un mar suave y hermoso,
un espectáculo dantesco
se podía contemplar:
maderas, despojos,
cuerpos inertes, sin vida,
que poco antes la tuvieron.
¡Es el precio que se paga,
es la ofrenda que se cobra,
es el tributo obligado
de los que viven del mar!
Xilxes, julio 2007
1 comentario:
Ya lo he encontrao. Mañana más. UN beso.
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