12 dic 2008

EN HONOR A MI MADRE

Somos muy pocos los que podemos presumir. Buenas hay muchas y malas también, pero como mi madre muy pocas, y no me ciega el amor de hijo. Es que fué una mujer ejemplar. ¡Cuantas privaciones y cuantos desvelos, cuanto sufrir por nosostros! Ahora ve muchas cosas que antes ni pensaba ni comprendía. Hoy, en plena madurez, me doy cuenta de lo que tuvo que sufrir mi pobre madre. Un ejemplo: Cuando era niño recuerdo que mi pobre madre me cojía en brazos y se sentaba en una vieja mecedora para que me durmiera, cantandome la nana que reinaba entonces:
"Duermete niño, duermete ya
que viene el coco y te llevará..."
Otras veces me cantaba algo de Doña Concha Piquer o de Juanita Reina, y hasta se atrevía con un tango de Gardel, su preferido y que repetía mucho, era algo así: "Eran cinco hermanos
ella era un santa
eran cinco héroes
que cada mañana..."
Dios, como recuerdo aquello.
Ahora pienso que le gustaba tanto porque se veía reflejada en ese tango. Nosotros también eramos cinco hermanos y una hermana.
A pesar de las calamidades y privaciones de la guerra y de toda la crudeza del hambre y la miseria, mi madre nos sacó a flote, pero tuvo que sufrir mucho.
En mi pueblo, ya pasados estos desastres, montaron una pequeña plaza de toros, tendría yo, no sé, ocho o diez años, y bajé a la plaza escondiendome detrás de los barrotes que la cerraban y con un palo achuchaba al animal que allí había. ¡Tenía que romper los barrotes por donde yo estaba! El animal venía detrás de mí, yo saltaba por las piedras y los escombros del solar, gritando "¡mare,mare!"... La gente de la plaza gritaba: "Eixe xiquet, eixe xiquet!, Agarreu al animal que el va a matar". Ni que decir que corría despavorido sintiendo los resoplidos calientes del animal en mi pescuezo. Me sacaron del atolladero, pero me quedó una secuela: estuve varias noches despertandome gritando y sollozando. Mi pobre madre, cuando sucedía esto, se levantaba a calmarme: "Ves hijo, aquí no hay nada", y yo sollozando "pues yo lo he visto" y mi madre me asomaba debajo de las camas y recorría la casa conmigo en brazos. Cuando lograba calmarme, se sentaba en la mecedora y me mecía canturreando bajito para no despertar a los demás hasta que me volvía a dormir, y es que a raíz del día de la plaza quedé tan traumatizado que todas las noches soñaba con los dichosos toros, y siempre era lo mismo. En uno de los sueños estaba en una pradera, pasaba una manada y yo estaba acostado en mi cama cuando los veía, y me cubría hasta la cabeza esperando que no me vieran, pero siempre el más negro se acercaba y con los cuernos escarbaba entre las sábanas, hasta que lleno de miedo salía corriendo con él detrás, llegaba a un precipicio y me tenía que parar y el bicho me clavaba los cuernos en la espalda, lanzandome al vacío,y es cuando yo gritaba. Otro sueño era que cuando hacían el encierro pasaban por la puerta de mi casa, se desmandaba uno y se metía dentro. Yo empezaba a dar vueltas por la mesa del comedor, huyendo hasta que me clavaba los cuernos y volvía a gritar. Despertaba y pobre mujer, tenía un rostro de abatimiento, que ahora lo pienso y me entristece. ¿Te imaginas? No sé cuantas noches levantandose a la dos, a las cuatro, a la hora que me oyera gritar. Cuanto la hice sufrir. A todo esto también tenía que madrugar para hacerle el almuerzo a mi padre, que también se levantaba pronto para ir a trabajar. Durante el día lavaba a mano, claro, ni existían lavadoras ni nos lo podíamos permitir, y por las noches de invierno, como no se secaba la ropa, la ponía al calor del fuego, y como mi hermano y yo no teníamos mas que un babero para ir al colegio, se lo ponía en el regazo para que se secaran para el día siguiente. Mientras lo hacía remendaba la ropa y cosía pieles de conejo para hacernos alfombras, mantas...
La pobre mujer no tenía un minuto de descanso. Un día que mi hermano Luis y yo fuimos a por hierba para los conejos nos metimos en un melonar y cogimos un melón. Salió el energumeno del labrador y me cogió del cuello, dejandome las uñas marcadas. Llegamos a mi casa, mi madre estaba fregando, se quitó el delantal y nos cogió del brazo: "¡vamos, llevarme a donde está ese animal!". No se amilanó delante de toda la familia del animal, que se encontraba en la puerta de la barraca con él y el guarda de campos, que barría a favor del bestia, pero mi madre, como una leona que le tocan sus cachorros nos defendió, avergonzando a aquella gente.
Podría estar enumerando un montón de tiempo lo que hizo mi madre y no terminaría nunca, para que os diérais cuenta del cariño, bondad y grandeza de esta santa mujer que sufrió por todos y a la que todos hicimos sufrir.
Yo creo que fuí el que peor se portó.
¡Perdóname, madre!


25/11/2008

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