En un pueblo de montaña
cerca de ningún lugar
un ser deforme y maltrecho
tenía una fundición.
Con gran cabezonería
se empeñaba en darle forma
al bronce que al rojo vivo
salía de su crisol.
Mientras lo hacía se lamentaba
con gritos de desesperación,
mirando al cielo clamaba:
¿por qué me haces esto, Señor?
¿qué ofensa tan grave os causé?
¿a qué mandamiento os he faltado,
que no merezca vuestro perdón?
Tengo un corazón tierno, tú lo sabes.
Sentimientos nobles, dignos,
estoy pronto al sacrificio,
siento en mis maltrechas carnes
el daño que otros padecen,
y no lo puedo remediar.
¿Por qué Señor no me puedes perdonar?
Todas estas reflexiones
se hacía el maltrecho ser
golpeando con gran rabia
y dandole con presteza forma
a un enorme corazón,
con el bronce al rojo vivo
que salía de su crisol.
Con tanta rabia lo hacía
que hasta el yunque partió.
¡Dame refugio, Señor,
solo puedo confiar en tí,
no puedo ver a otros seres
sin que se burlen de mí!
Hazme un lugar en tu regazo
para empezar a vivir.
13/08/2008
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